La Encarnación

de Pedro de Córdoba

Si nos centramos en el aspecto compositivo, apreciaremos cómo la obra se articula en dos planos diferenciados. El primero de ellos se caracteriza por la complejidad que supone disponer ocho figuras, de tamaño descendiente hacia el centro, en un primer término. De este modo, se sitúan las representaciones de San Juan Bautista y del canónigo Juan Muñoz, como recuerdo a la originaria advocación de la capilla y a su primitivo fundador. Junto a ellos, se encuentra presente el segundo comitente, Diego Sánchez, quien realiza el encargo de la tabla y al que se le dotada de una mayor altura. Tras él, se dispone Santiago –que señala con su mano al donante- , San Ibo de Bretaña y Santa Bárbara. Mientras que, tras el Bautista, se encuentran San Lorenzo y San Pío I.

Por otra parte, en segundo plano, aparece el momento de la Anunciación a la Virgen María por parte del arcángel San Gabriel. Además, nos encontramos con la presencia del Espíritu Santo y del Padre Eterno, que es representado a través de la figura masculina que asoma por la ventana. La escena tiene lugar tiene lugar en un interior doméstico, espacio que resulta idóneo para que el pintor despliegue su capacidad detallista, centrada en reflejar las calidades materiales de los objetos.